Control bibliográfico universal, MARC e internet en el año 2003

¿Cómo catalogar los documentos y recursos electrónicos? Un artículo de Michael Gorman publicado hace ya dos décadas nos acerca a la visión sobre la nueva y vasta realidad digital en los albores de internet.

Traemos este artículo de Michael Gorman, publicado en el número 6 de Anales de Documentación de 2003, en el que hace un recorrido sobre los esfuerzos iniciales para conseguir una catalogación universal y la nueva problemática con la llegada de la era de internet y los recursos digitales.

Cuando se propuso por primera vez la idea del Control Bibliográfico Universal (CBU) hace treinta años, la comunidad bibliotecaria internacional todavía no tenía una idea muy bien formada de las posibilidades que ofrecía la normalización internacional para la automatización bibliotecaria. La normalización internacional estaba todavía en sus comienzos (mucho más cerca de un ideal que de una realidad) y la idea de que cada documento fuese catalogado sólo una vez en su país de origen y de que el registro resultante estuviese disponible para la comunidad mundial parecía estar muy lejos de la realidad. Los registros se intercambiaban entre países (principalmente entre bibliotecas nacionales), aunque de la peor forma posible, en papel, y, puesto que eran el resultado de diferentes reglas y prácticas de catalogación, su integración en único catálogo era muy difícil.

En la década de 1960, Henriette Avram desarrolló el estándar MARC para la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, convirtiéndose en 1973 en un estándar internacional de descripción de información bibliográfica.

El formato MARC estaba en sus comienzos cuando se lanza la idea del CBU2, todavía se estaba redactando la Descripción Bibliográfica Internacional Normalizada (ISBD), y, a pesar de los Principios de París, las reglas de catalogación de diferentes países carecían de una base común para la asignación y forma de los puntos de acceso (encabezamientos) y seguían diferentes normas de descripción. Fue, creo, la confluencia de una necesidad (las bibliotecas nacionales y académicas de todo el mundo necesitaban una catalogación más barata y más actual) y un medio (la automatización y, más específicamente, el formato MARC) lo que nos ha llevado más cerca del CBU de lo que nadie se hubiera imaginado hace treinta años.

Gorman menciona que, si bien MARC ha permitido lograr un control bibliográfico universal, los recursos informáticos requieren un tratamiento diferente.

Desde cualquier punto de vista, el formato MARC es un logro histórico y ha sido el principal motor para la normalización internacional desde un punto de vista práctico. Literalmente, es el motor que ha hecho posible el control bibliográfico universal. La transformación de la catalogación ha sido larga y, en gran medida, satisfactoria. No obstante, merece la pena destacar que sus orígenes y propósitos originales, incluido el hecho de que es un formato para almacenar la información más que un código de cómo procesarla bibliográficamente, tiene inconvenientes que no deberían sorprendernos cuando se trata de un formato que lleva ya 30 años funcionando. La estructura del formato MARC es idéntica a la de la ficha catalográfica, mientras que los sistemas informáticos requieren un tratamiento diferente. Sea lo que sea, el hecho es que hoy día existen decenas de millones de registros MARC en el mundo, es aceptado y usado por todos, es la base de casi todos los sistemas automatizados bibliográficos (incluidos los sistemas producidos comercialmente) y no se ha encontrado otro sistema demostrablemente mejor o que sea viable desde un punto de vista práctico.

Gorman aborda entonces la cuestión de sí se ha de usar el mismo sistema de catalogación para los documentos digitales.

Existe alguna razón en principio por la cual no deberíamos aplicar este sistema de control bibliográfico que ya tenemos a los documentos electrónicos? La respuesta es ‘no’. Hay alguna razón en la práctica por la cual esta tarea sea difícil de llevar a cabo? La respuesta es ‘sí’.

Efectivamente, es un comportamiento habitual el tratar de replicar un modelo anterior para solucionar una nueva realidad.

Algunos son muy semejantes a los documentos impresos, lo que no debe sorprendernos ya que muchos recursos electrónicos proceden de los documentos impresos. Además, las nuevas tecnologías normalmente adoptan las estructuras externas de las tecnologías anteriores, tan sólo tenemos que pensar en las noticias de la radio y de la televisión donde se utiliza el término ‘titulares’ e incluso nos referimos a la estructura de la información de los sitios web como ‘páginas’. Otros documentos electrónicos son bastante diferentes y, por lo tanto, no parece que se puedan adaptar inmediata-mente a las estructuras existentes de control bibliográfico.

¿Son los documentos electrónicos diferentes al resto de formatos que surgieron en décadas anteriores? Respondiendo ahora, décadas después, resulta más fácil mesurar el cambio radical que ha provocado la era de internet.

Hay quienes afirman que los documentos y sitios electrónicos (colecciones de documentos electrónicos) difieren de los demás formatos que los seres humanos han usado para comunicar y preservar el conocimiento a lo largo de los siglos sólo en que son un nuevo tipo de documento. (Esto no es nuevo, recordemos la preocupación de las bibliotecas norteamericanas por los materiales audiovisuales en la década de los 60 y los 70).

Gorman señala que la diferencia más reseñable resulta de la poca consistencia y durabilidad de los documentos electrónicos, que pueden estar en cambio constante.

El apoyo más fuerte a esta idea de singularidad procede de la fugacidad y mutabilidad de los documentos electrónicos. Estas características, que cualquier bibliotecario verdadero deplora, son realmente el resultado lógico de la historia de la comunicación humana, cada formato produce más documentos que sus predecesores y dura mucho menos. Hacer muchas copias de mensajes en piedra requiere mucho tiempo, pero estos mensajes pueden leerse milenios más tarde. Podemos enviar un mensaje a través del correo electrónico desde Boston a Addis Abeba en un abrir y cerrar de ojos, pero este mensaje se puede eliminar en otro abrir y cerrar de ojos. Muchos documentos electrónicos son como esas partículas diminutas de materia que sólo son conocidas porque los científicos pueden ver donde han estado durante sus micro-milisegundos de existencia. Permítanme plantear una cuestión filosófica, ¿existe un mensaje de correo electrónico si se borra sin abrir?

El autor ofrece una fábula comparando como sería la catalogación de internet si se tratasen de libros y obras en formato físico que llegan a la biblioteca, que cambian y desparecen en un caos constante.

Permítanme contarles una breve fábula. Hay un universo diferente en el que existen libros pero no documentos electrónicos. En este universo los bibliotecarios no tienen ningún control sobre los libros que compran, no tienen criterios para la selección, ni para los planes de adquisición del material ni para el desarrollo de la colección. En cambio, las veinticuatro horas del día varios camiones van y vienen a la biblioteca y depositan montones de libros ni deseados ni solicitados, la mayoría de editores desconocidos, editoriales de revistas del corazón y auto-editores que trabajan en sótanos. Algunos de estos libros podrían ser de interés, pero ¿cuáles, cómo los pueden encontrar los bibliotecarios y los usuarios de la biblioteca y qué hacen con el resto? En este universo diferente, la biblioteconomía se convierte en un proceso mucho más aleatorio y desorganizado que cualquier otro. La biblioteca envía cuadrillas de personal formado para rebuscar en los montones intentando encontrar documentos que merezca la pena catalogar y archivar. ¡Pero espere! Es un universo alternativo y, tras haber seleccionado 100 libros de los montones y haberlos catalogado y organizado, los bibliotecarios regresan al día siguiente y descubren que 25 de ellos han desaparecido y 25 tienen otro título! Mientras tanto, los montones que están fuera de la biblioteca se multiplican y cambian de forma, por cada 100 libros que el equipo de la biblioteca rescata, los camiones de reparto han accedido 200. No es de extrañar que, en el universo alternativo, los bibliotecarios estén agobiados por las preocupaciones y que sean catalogadores neuróticos. Si cogemos este universo alternativo y sustituimos los libros por documentos electrónicos, podremos apreciar lo que estamos intentando hacer al someter los documentos electrónicos al control bibliográfico.

No se puede abarcar el control bibliográfico de todo internet ¿Qué documentos han de catalogarse?

Creo que la idea de catalogar la web no sólo es inalcanzable sino también indeseable, la mayoría de lo que está en Internet no merece ni el gasto ni el tiempo que supone la catalogación. Las preguntas son, ¿Qué documentos electrónicos merece la pena catalogar y cuántos hay? Para responder a estas preguntas necesitamos, al menos, realizar una taxonomía de los documentos electrónicos.

Gorman realiza la siguiente clasificación de información en internet:

  • Material efímero.
  • Lugares comerciales.
  • Recursos derivados de los impresos.
  • Publicaciones seriadas electrónicas (independientes, es decir, que no proceden de las impresas).
  • Archivos digitalizados (textuales, sonoros y visuales).
  • Obras de creación original (textuales, sonoras y visuales).

Aunque no relacionado con la catalogación y el tema central de este artículo, resulta curioso la impresión del autor de que vender en internet era poco más que un sueño y que muy pocas han conseguido vender con éxito. De nuevo, es necesario recordar que se trata del año 2003, Google estaba dando sus primeros pasos, Facebook no existía, y comprar en internet parecía más bien una quimera.

Lugares comerciales y pornografía. La gente ansiosa de vendernos algo están a la vanguardia de Internet. Desde los vendedores electrónicos a los mayoristas y a los vendedores de pornografía, todos persiguen el sueño capitalista de obtener beneficios fáciles. Irónicamente, hay muy pocos que hayan hecho realidad este sueño y ahora el concepto de una nueva economía basada en el conocimiento parece algo confuso. Las únicas empresas comerciales con éxito en el ciberespacio son las pornográficas. Las bibliotecas nunca han recogido información comercial o, con pocas excepciones, pornografía.

Por último, Gorman sugiere la importancia que pueden tener los metadatos para facilitar el control bibliográfico de los recursos electrónicos.

Si llegamos a un punto en el que hemos decidido qué documentos y recursos electrónicos vamos a someter al control bibliográfico, aún quedarán dos importantes preguntas. ¿Qué normas se deberían usar? ¿Cómo se debe organizar la catalogación? La primera pregunta me lleva al tema de los metadatos. El término significa ‘dato sobre dato’, un concepto en su mayoría sin sentido que, tomado literalmente, incluiría la catalogación de la biblioteca, incluso aunque los metadatos se han concebido explícitamente como algo a lo que le falta la mayoría de las características más importantes de la catalogación. La idea que hay detrás de los metadatos es que hay una Tercera Forma de organizar y acceder a los recursos electrónicos que está aproximadamente a medio camino entre la catalogación (cara y eficaz) y la búsqueda por palabras clave (barata e ineficaz).

La versión traducida del artículo fue publicado en Anales de Documentación, páginas 277-288 del n.6 (2003), editada por la Universidad de Murcia y Editum: revistas.um.es/analesdoc

Enlace al artículo completo: doc
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